Hasta hoy – hasta este preciso momento – no había dedicado un solo post a hablar única y exclusivamente de un vino – pero… ¿por qué? ¿si este blog se supone que trata – entre otras cosas – de vinos? Pues que quieres que te diga… no tengo ni la más remota idea… – No obstante siempre tiene que haber una primera vez ¿no? – pues ea… que así sea… – damos por inaugurada la sección hoy catamos… en la que hablaremos de cada uno de los vinos que probemos y nos sorprendan… porque probar se prueban muchos – ¿demasiados? ¡jamás! – pero la sorpresa solo llega de la manos de unos pocos elegidos.
Las enotecas, vinotecas, bodegas, celleres y lagares son para los winelovers lo que para los frikis una tienda de tebeos: Nos invade un ansia viva de probar cosas nuevas, añadas, ediciones especiales, sorpresas limitadas o, como lo que hoy nos ocupa, colaboraciones excepcionales.
Como la recomendación tiene un culpable, bien merece ser nombrado: Encontrábame yo paseando por la poco conocida calle Estafeta de Pamplona, cuando mis ojos marrones miel canela posaron su mirada sobre un cartel que versaba «Honestvs«, más concretamente a la altura del número 12 de dicha calle. Una vez dentro, Rafa – el gerente – nos preguntó qué estábamos buscando y la respuesta fue taxativa a la par que contundente: Navarros ¡Por Favor!. Él nos recomendó varios vinos, uno de ellos fue el que nos ocupa – Kimera – que indudablemente ya no soltamos y otro de Bodegas Máximo Abete – El Máximo – del que hablaremos más adelante, ya que de momento, aun no lo hemos catado.
Si pasais por Estafeta 12 y os gustan estos pequeños templos de culto al vino, no dudéis en entrar y dejaros asesorar por quienes allí trabajan… a buen seguro marchareis con un buen recuerdo que – tras el posterior descorche – os dejará un buen sabor de boca.
Pero volvamos a lo que nos ocupa… Kimera, un vino tinto monovarietal de Garnatxa de montaña criado durante 10 meses de forma muy especial, como antaño – pero antaño antaño – en tinajas de barro.
Este vino nace de la colaboración de dos personalidades – dos amigos – a los que no deberíais perder de vista – si es que alguna vez los visteis – o, si no sabias de su existencia, tirar de google para saber que hay detrás de estos dos nombres: Luis Moya Tortosa y Gonzalo Celayeta.
Tras el descorche y servicio en copa encontramos un vino con una intensidad de capa media-alta. Sus tonos denotan complejidad: a la vista, muy limpio, con colores rojos vivos y brillantes que se intensifican en granate cual cereza picota, conforme nos perdemos en la inmensidad de nuestra copa – ole! – pero lo que realmente nos enamora es ese toque rosa fucsia que refleja sobre el fondo blanco – que podéis ver en la imagen adjunta – y que, al menos a mi, me trae agradables recuerdos de la infancia – véase canica española ¿no?.
En nariz esta muy bien estructurado, mucha fruta negra, un toque de pimienta y un alcohol que pese a sus 14,5º esta muy bien integrado en el conjunto de sus aromas.
La boca sorprende. Denota una evolución positiva en cuanto al indice tánico – el tanino es eso que nos deja una sensación secante en boca – que no solo no se ha visto incrementado al no haber pasado por barricas de madera, si no que resulta tremendamente suave al paladar.
¿Conclusión? vinazo – de los que llaman la atención – primero por los que lo firman, segundo por su etiqueta – irreverente, atrevida o poco tradicional – y tercero porque, ya sea viendo llover o acompañando un cuscús con habitas negras, esta tremendo.